martes, 31 de agosto de 2010
Condena del terrorismo
Ciudades Palestinas (I): Al Quds, capital de Palestina
lunes, 30 de agosto de 2010
Un rabino que propugna el genocidio palestino
domingo, 29 de agosto de 2010
El boicot a Israel comienza a hacer efecto
sábado, 28 de agosto de 2010
El Estado Palestino debe ser plenamente reconocido
viernes, 27 de agosto de 2010
Por la liberación de Abdallah Abu Rahma
jueves, 26 de agosto de 2010
¿Vuelta al cole?
miércoles, 25 de agosto de 2010
Por un boicot deportivo a Israel
lunes, 23 de agosto de 2010
Reflexiones de un Primer Ministro
domingo, 22 de agosto de 2010
TECNOTRON, fotomatones israelís
miércoles, 18 de agosto de 2010
Rumbo a Gaza
J Street, el lobby pacifista israelí
lunes, 16 de agosto de 2010
Boicot a la agricultura israelí
"Estimado Sr/Sra:
Querido lector. No se moleste en enviar este texto. Estamos en agosto y tiene cosas más importantes que hacer. No puede permitirse perder los 30 segundos que le lleva el copiar, pegar y enviar. Feliz café.
domingo, 15 de agosto de 2010
Fátima y Sarah
Fátima no conduce. Tampoco Shamy, su vecina, quien le acompaña en estos momentos de tensión y de esperanza. Tiene que esperar a que regrese Ibrahim para que la lleve al hospital de maternidad de Ramallah. En Silwad había un hospital, pero fue destruido durante los últimos bombardeos israelís.
Ibrahim es ingeniero agrícola. Hasta hace 3 años trabajaba para el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina, ayudando a los agricultores de la zona a mejorar sus explotaciones agrícolas. Tras la construcción del muro, las plantaciones quedaron del lado israelí, por lo que se quedó sin trabajo. Desde hace dos semanas, Ibrahim trabaja en el asentamiento israelí cercano al pueblo. Dada la expansión que ha experimentado en los últimos años, el Estado de Israel ha decidido construir una nueva torre de vigilancia más alta, que sirva para proteger también a las casas más nuevas. Para ello, emplean mano de obra palestina, con contratos de un día. Ibrahim tuvo que aceptar, ya que es la única manera que tiene de poder alimentar a su hijo. Sólo descansa el shabath. Hoy, domingo, comienza una nueva semana.
Gracias a ese trabajo, Ibrahim tiene un permiso temporal de entrada en Israel. Por eso, Fátima espera a su marido. Sale de trabajar a las 5, y dependiendo de las dificultades que le pongan en el checkpoint de regreso, cubrirá los 6 kilómetros que hay desde el asentamiento a Silwad en 20 minutos o en varias horas.
Son las 17.43 exactamente cuanto Fátima oye el motor del viejo coche de Ibrahim. Por fin. Ahora saldrán inmediatamente para Ramallah. 12 kilómetros. Si hay suerte, en menos de 20 minutos llegarán al hospital. Antes de salir, Ibrahim le aconseja a Fátima que se quite el velo. Sí, el iman no estaría de acuerdo. Pero en los checkpoints es mejor parecer árabe cristiano o laico. Está en juego su hijo, por lo que aprieta los dientes y se retira el velo. Un temblor recorre su cuerpo. Se siente desnuda. Los nervios van creciendo, a pesar de la seguridad que le da la compañía de su marido. Teme no ser lo suficientemente fuerte para aguantar los dolores.
El coche arranca. Ibrahim va delante y Fátima atrás, tumbada sobre una toalla. Shamy se queda en la puerta, con el rostro serio y haciendo un gesto de despedida con la mano.
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Sarah tiene 23 años. Vive en Tel Aviv. Estudia Derecho, aunque desde hace un año, realiza el servicio militar obligatorio y tiene algo abandonada su carrera. Ni siquiera tiene claro que quiera terminarla. Era una joven tímida, amante de la lectura y le costaba mucho hacer amistades. En el ejército ha cambiado su vida. Ha podido trabajar en equipo, compartir todo con sus compañeros, sentirse parte de una causa común. Ha encontrado la ilusión. Incluso es de las chicas más populares de su unidad. Se siente segura con el arma en las manos. Resultó ser de las mejores tiradoras de su promoción. A pesar de la oposición de sus padres, ya lo ha decidido. Quiere ingresar en las Fuerzas Israelís de Defensa y dedicar su vida a servir a su país.
En este último año, Sarah ha dejado de hablarse con algunas de sus conocidas, sobre todo con las árabes. Siente cierta repugnancia por ellas. No entiende como pueden apoyar la causa palestina. Los atentados suicidas palestinos son la prueba de la maldad de ese pueblo. Son gente peligrosa, que quiere destruir a Israel, y en particular a lso integrantes de su ejército. Sarah aún no sabe lo que es matar, pero cree que no le temblará el pulso si un suicida se dirige hacia ella con una bomba o si su Estado le llama para la guerra contra Hizbullah o Hamas. Al fin y al cabo, para eso es el entrenamiento. No fallará.
Estas son las meditaciones que entretienen la mente aburrida de Sarah. Hoy es un día de lo más tedioso. Domingo, 15 de agosto. Le toca guardia en el checkpoint del norte de Ramallah. Hace mucho calor. Los coches circulan con normalidad. Tienen orden de parar a uno de cada 3 ó 4 vehículos. Controles rutinarios, ya se sabe.
Pero la tranquilidad siempre es pasajera en la zona. Se arma un enorme revuelo en la cabina de al lado. Sarah va para allá. Un hombre palestino discute airadamente con Gideon, su compañero de guardia. Tras una mirada rápida ve que una mujer está tumbada en la parte de atrás, sudorosa y al borde del desmayo. Tiene un bulto en la barriga. No está claro si está embarazada, o es una coartada para portar armas. Gideon le cuenta, orgulloso, que ha pillado a un matrimonio palestino tratando de cruzar el checkpoint sin autorización. El hombre argumenta que tiene permiso para pasar. No es así. Su autorización empieza a las 9.00 y termina a las 17.30, lo suficiente para entrar al asentamiento a trabajar y volverse a casa. Nada de viajes fuera de ese horario. Gideon es un tipo observador. Ella prefiere la acción. Quizás ni se hubiera dado cuenta de la limitación. El matrimonio palestino no está de suerte. Sarah sonríe y les indica que pueden dar media vuelta. El hombre, desesperado, se arrodilla ante Gideon. Le explica por enésima vez que van a Ramallah, al hospital. Que son gente pacífica, que no quieren más que formar una familia y trabajar para poder vivir con dignidad.
Ya lo había dicho el general Stravinsky en su charla del vienes pasado. Los terroristas utilizarán todo tipo de excusas para pasar. El marido grita. Tratarán de apelar a la piedad, a la empatía. Hay que ser fuerte. Quizás hace un año, su corazón se hubiera adulzado, y hubiera terminado por dejarles pasar. La mujer acaba de perder el conocimiento. Pero hoy no. Sarah es ahora más madura, más entera. El marido está al borde de la locura. El coche da media vuelta. Sabe que la gran amenaza para Israel son los altos índices de natalidad de los palestinos. La mujer está muerta. El niño también. Sarah sabe que a Israel no le conviene favorecer los nacimientos palestinos.
Su turno termina a las 19.00. Una hora más, y volverá al cuartel. Es importante darse prisa. A las 21.00 hay fiesta de disfraces, y aún tiene que terminar de darle los últimos retoques al traje. Se van a vestir de enfermeras. Será divertido. Es una gran forma de matar el aburrimiento veraniego. Luego tomarán unas copas y reirán hasta el amanecer. Mañana le toca día de descanso. Quizás aproveche también para ir de rebajas y comprar algo de ropa.
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Querido lector, Fátima y Sarah son fruto de la imaginación. Su historia no. Según los datos del Informe de la Organización Mundial de la Salud, entre 2000 y 2006, hubo 39 partos fallidos en checkpoints, porque el ejército israelí negó el paso a los vehículos que llevaban a la mujer embarazada. En el próximo informe, que será en 2012, quizás se supere ese número. ¿Lo impedimos? Feliz café.