Hoy es un día de esos que están cuidadosamente guardados en la memoria colectiva, pues hace 65 años, el 27 de febrero de 1945, se liberó el campo de concentración de Auschwitz. Por eso, hoy se conmemora el día de las víctimas del Holocausto. Esta gran tragedia humana, en la que asesinó varios millones de personas, principalmente judíos, ateos, homosexuales y gitanos, merece ser recordada para que no vuelva a repetirse. Hombres y mujeres fueron encerrados en masa en campos de concentración, por el mero hecho de pertenecer a una etnia, no creer en Dios o tener una orientación sexual distinta a la de la mayoría. El máximo de sufrimiento humano fue rebasado con creces.
La banalización de la muerte, la racionalidad instrumental, el desconocimiento de las verdaderas dimensiones que eso tenía, un antisemitismo que se extendía por el mundo, y un colaboracionismo que incluyó no sólo a alemanes sino también a muchos judíos, los llamados Kapos, supusieron uno de los episodios más penosos de la historia de la Humanidad.
Esperemos que nunca más se vea el ser humano sometido a tales humillaciones por parte de sus semejantes. La percepción de los grupos étnicos o sociales que padecieron en mayor medida esta barbarie han cambiado. Así, la ola de antisemitismo hace mucho que se detuvo en las Playas de Normandía, y los países más poderosos a escala internacional tienen relaciones preferentes con Israel. Los judíos viven como uno más en Estados Unidos, Alemania, y hasta en nuestra Sepharad. La homosexualidad y el ateísmo van haciéndose un hueco en el cajón de la normalidad y los gitanos no parecen correr serios peligros existenciales, a pesar de que muchos de ellos malviven en barracas de las afueras de las ciudades.
Ahora el mundo lo habitan otros ciudadanos, y para nada hay que dejar que esos hechos ya pasados sirvan para configurar las relaciones mundiales actuales. Al igual que a nadie se le ocurriría no negociar con Alemania por haber perpetrado el Holocausto hace muchos años, tampoco hay que tragarse la mentira de que los judíos -ni Israel- corren peligro. Desde luego que hay gente, como Le Pen o el difunto Haider, que prefieren no tener que ver a los judíos, pero les pasa eso mismo con los árabes, los gitanos y todo inmigrante en general, que ensucie la limpieza de su sangre nacional.
También hay presidentes, como el de Irán, cuyas patéticas palabras negacionistas deben ser condenadas. Pero de ahí, a inferir un riesgo serio para los judíos, siquiera para Israel, hay un trecho. Hasta ahora, el único país que ha utilizado la bomba atómica para asesinar vil e indiscriminadamente, ha sido Estados Unidos, contra los japoneses. Parece ser que sólo vemos ese riesgo de extinción de un grupo cuando las amenazas son a Europa, Israel o Estados Unidos. Carecemos de capacidad de empatía, pero siendo objetivos, hay otras poblaciones con mucho mayor riesgo de sufrir catástrofes humanitarias, causadas por los humanos del S.XXI, que Israel, por mucho victimismo que Simon Peres quiera mostrar, advirtiéndonos de que una segunda Shoa es posible. Los iraquíes, por ejemplo, que llevan ya varios años viéndole el rostro a la muerte a diario porque a Estados Unidos se le ocurrió jugar a la guerra del petróleo. O los saharauis, cuya independencia nunca parece llegar. Por no mencionar Cachemira o Afghanistán, reinos del caos. Y no podemos olvidar al pueblo palestino: miles de personas que llevan más de 60 años encerrado en campos de refugiados, el sufrimiento diario de tener que identificarse y humillarse ante los soldados israelís en cada checkpoint, o el muro que rodea sus poblaciones.
Hoy, día del Holocaustro, hemos de diferenciar más que nunca entre judíos e Israel. Los padecimientos sufridos por los judíos y la ola de antisemitismo que recorría el mundo en los años 40 son una cosa, y las políticas violentas de Israel -que cada vez más, generan antisionismo- son algo totalmente distinto. De seguir a este ritmo, me temo que en no muchos años conmemoraremos la muerte de miles de palestinos en esa gran cárcel humana que es Gaza, no sólo por bombas, sino también por desnutrición o desesperación.
Y no debemos olvidar, que en el Holocausto de los años 40´s, ni el mismísimo Vaticano era consciente de lo que pasaba, a pesar de las advertencias de muchos ciudadanos anónimos que se temían lo peor. Ahora es tarde para pedir cuentas de aquel Holocausto, pero es todavía posible evitar que nada similar vuelva a repetirse. Hedy Epstein, superviviente del Holocausto nazi, estuvo en diciembre en huelga de hambre para que le dejaran entran en Gaza, la gran prisión humana. Toda su familia, salvo dos personas, fue asesinada en Auschwitz. Quién mejor que ella para conocer el sufrimiento, y querer a toda costa evitar más penurias a los seres humanos. ¿Y usted, hará algo? Feliz café.