Wisam nació en el campo de refugiados de Jenin hace 26 años. Para matar el aburrimiento, la familia se reunía por las tardes en la única habitación de la casa y su abuela les contaba historias de Haifa, el lugar en el que residían antes de que la ciudad fuera ocupada por Israel. Hablaban de la preciosa bahía, de las gentes del lugar, del olor a mar, de las cuestas de la ciudad...En 1948 toda la familia fue expulsada del hogar, y tras varios años sin rumbo, se asentaron en Jenin, al norte de Cisjordania.
Me recibe en Ramallah, en su despacho del Panorama Centre, una asociación palestina que busca democratizar el país para prepararlo para la paz. Viste ropa de marca y en su cara asoma una sonrisa de satisfacción, como quien ha salido de la miseria del campo de refugiados y ha triunfado en la capital. Además, saca a su familia adelante.
Tras un intercambio de saludos, Wisam me cuenta orgulloso la gran hazaña de la semana pasada. En el Panorama Centre organizaron un viaje a Haifa para que jóvenes palestinos pudieran ver el lugar de donde proceden sus familias, y que les fue expropiado por las armas. Wisam tuvo la suerte de poder acompañar al grupo. Tuvieron problemas al cruzar la frontera israelí, a pesar de que contraban con un permiso para ese día, pero tras la humillación habitual en el checkpoint, pudieron llegar a Haifa.
Nada más pisar la tierra, sus lágrimas se fundieron con el agua del mar, y el tiempo se detuvo. No era un llanto de rabia, de odio, de rencor, sino de emoción, de felicidad, que por fin y por poco decide salir a relucir. Luego se tornó en tristeza, al ir constatando que nada quedaba ya de aquellos lugares de los que le habló su abuela. Altos y modernos edificios inundan ahora la ciudad, y las casas de los antiguos habitantes palestinos han sido borradas del mapa. Se dio cuenta de que lo más probable es que su abuela no pueda volver allí. Mejor, casi mejor. Ni siquiera la naturaleza está inalterada. Las playas están rodeadas de muro y alambrada, y sólo se puede acceder pasando un control policial.
La conversación sigue por otros derroteros. Wisam se interesa por España; me pregunta por el problema del agua -también muy patente en Palestina- y si finalmente se realizó el trasvase del Ebro. También comenta el creciente papel de la mujer en todas las esferas de la vida española. Pero lo que más me impactó fue su frase de despedida, que refleja muy bien el sentir del pueblo palestino: “Mira Dani, a mí me da igual si se soluciona el problema estableciendo 1, 2 ó 16 Estados. Yo no quiero ganar, ni que me Israel me pida perdón o me indemnice por las propiedades que robó a mi familia. Lo único que yo quiero es poder moverme libremente por el territorio en el que vivo, ir al mar, al desierto, al lugar de donde procede mi familia...”
El de Wisam es sólo un rostro de los 8 millones de refugiados palestinos que hay en la actualidad. Querido lector, gracias por tu tiempo. Espero que esta historia no te amargue tu plácido día, y que disfrutes del café.
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Hace 8 años
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