domingo, 3 de octubre de 2010

En el metro de Madrid

Ibrahim tiene 23 años, es palestino y vive en Madrid desde hace un año y medio. Abandonó su aldea próxima a Belén junto con su madre y su hermana. A su padre lo mataron los soldados hace ya algunos años. Se lo llevaron una noche y terminaron con su vida, sin juicio alguno. Ibrahim ha tratado de olvidarse de Palestina, de la ocupación, del Islam. Está cansado de la muerte y el sufrimiento. Se acabó. Ya no habría más checkpoints, ni más muro ni nada. Madrid es una ciudad que acoge bien al visitante.

Viven en un pequeño piso en Puente de Vallecas, propiedad de su tío, también palestino, pero que lleva más de dos décadas establecido en Madrid. Ibrahim comparte habitación con su madre y su hermana; de momento no hay dinero para más. Hace algunos meses empezó un módulo de jardinería, ya que Ibrahim, como su padre, siempre fue un amante de las plantas. En diciembre tiene las prácticas finales, y luego buscará trabajo.
Esta tarde, Ibrahim volvía a su casa en metro, junto con Ahmad, su compañero de módulo, de nacionalidad marroquí. Es curioso verlos a ambos, compartiendo el periódico gratuito "Qué", tratando de comprender los entresijos de las elecciones primarias de los socialistas madrileños. Visten como occidentales, con vaqueros, camisetas anchas y sudadera con capucha. Se les ve con ganas de ser uno más. Sólo su piel les delata.

Ahmad pasa página del periódico. Aparece la noticia sobre el fin de la moratoria en la expansión de los asentamientos israelís. De repente, Ibrahim aprieta el periódico, hace una bola, y lo tira debajo del asiento. No puede soportar lo que ve. Junto a la noticia, hay una foto de unos colonos cavando un agujero para construir instalaciones deportivas en ese asentamiento, justo en el lomo de la colina.

Ibrahim nunca olvidará aquel lugar. Era allí dónde iba a jugar con sus primos durante su infancia, antes de que un muro cortara en dos sus sueños y quedaran encerrados en las tierras menos fértiles. En el lugar en el que ahora cavan ese hoyo, es donde Ibrahim aprendió a plantar, separar las semillas y cuidar la tierra. Su difunto padre le enseñó. Aquellos terrenos salen ahora en un periódico madrileño, en propiedad de unos recién llegados que no dudan en usar las armas contra ellos. Ibrahim y su familia se resignaron, no quisieron llegar a las manos y por eso perdieron todo sin que nadie lo notara.

Quizás la tierra no sea propiedad vitalicia de nadie. Pero sí que los son los recuerdos. Parte de su vida quedó en esos árboles, arbustos y plantas, que ahora dejan paso a las pistas deportivo para los hijos de los colonos.

Ibrahim no cree en la justicia ni en las naciones. Ni siquiera cree ni quiere un Estado Palestino. Tampoco siente odio hacia los judíos ni hacia Israel. Lo único que siente son ganas de olvidar. Se siente incapaz de comprender la naturaleza humana. No puede creer en nada. No es posible. Sólo le queda un consuelo: ya no hay nada más que le puedan robar allí, y es poco probable que los soldados israelís lleguen alguna vez hasta Madrid y ocupen su casa.

Ibrahim se baja del metro en la siguiente parada, aunque no es la suya. No aguanta más; la señora de al lado comente con su amiga la mala educación de la inmigración que llega a España por haber tirado al suelo el periódico. La otra asiente, y manifiesta su deseo de una mayor severidad en las políticas migratorias. El metro se pierde rápido de su vista. Ibrahim se queda sólo con sus dolorosos recuerdos, tratando de buscar algçun motivo para vivir...

Querido lector, si usted encontrara a Ahmad algún día, no se moleste en saludarle, ni consolarle. Ya no cree en el ser humano. Ha perdido toda esperanza. Desde que nació, han llenado su vida con falsas promesas, con negociaciones de paz carentes de voluntad de resolver las cosas, con declaraciones de que las cosas van a cambiar de un momento a otro. Él ni siquiera se dejó encandilar por Obama. Sabía que las presiones a Israel jamás irían más allá de tímidas peticiones. Jamás retirará USA los millones de dólares con los que subvenciona la expasión de las colonias. Nadie quiere terminar con la ocupación. Que todo siga como está, hasta que el movimiento palestino tenga tan poca voz que nadie lo oiga. Que Palestina no sea una china en el zapato, que la injusticia no atice nuestras conciencias. Palestina se va evaporando día a día con nuestra complicidad. Feliz café.

3 comentarios:

  1. ¿Te has dado cuenta,Ibrahim,de que la opinión ciudadana y la de la clase política no se corresponden en demasiados casos?.
    729.

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  2. ¿Sera un inmigrante ilegal? ¿Estara violando las leyes?

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  3. ¿Eso anula la rabia que le puede dar ver las barbaridades y violaciones continuas del derecho internacional cometidas por Israel?


    Me parece que NO. Nada lo anula. Eso permanece y cuando se estudie historia en los libros en el futuro, hablarán del régimen de Istael como el de la Alemania Nazi o el del Apartheid de Surafrica.

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